La superación como forma de vida

Es posible que el deporte se trate de uno de los ámbitos que desde siempre fue un ocasional generador de luchador@s que se enfrentan a las barreras que les impone la vida o el paso del tiempo.

aitor-francesena-wearenotmad.comjpgRecientemente, tuve la oportunidad de ver un programa televisivo que suele acertar en la búsqueda de personas que demuestran cada día el significado de la palabra valentía. En uno de sus “reportajes” nos presentaban a Aitor Francesena, acompañado de unas evocadoras imágenes de él mismo cabalgando las olas sobre su tabla de surf.

El control y la agilidad que demostraba a sus lomos se podría resumir en un adjetivo: Elegante.

Pero, además, no solo se trata de un gran deportista, sino de un comprometido defensor y amante del medio que intenta domar. Así, se unía en este programa a limpiar de plásticos los ya míticos Flysch del País Vasco, en una operación que unía dos de las grandes fuerzas que mueven realmente a la humanidad, desde el principio de los tiempos: el corazón y la convicción.

Pero el surfista nos tenía guardada una sorpresa más, una que solo sería descubierta cuando al salir del agua, con su impertérrita sonrisa y entusiasmo, el telespectador observaba extrañado como sus ojos no eran capaces de reflejar esa ilusión sembrada día a día. Y es que Aitor ostenta el título de ser Campeón del Mundo de Surf Adaptado (modalidad nacida en el 2016) por una ceguera total de los dos ojos.

Tras la sorpresa inicial del que escribe (recordemos las evocadoras imágenes surfeando al inicio del reportaje), Aitor nos explica que un glaucoma congénito lo dejó ciego, primero del ojo derecho cuando era niño y, tras un golpe con su tabla en el 2014, del izquierdo.

Explica que, cuando perdió la visión del ojo con 14 años, comenzó a correr delante de ese tren enorme que es la ceguera. Es por esto que (en sus propias palabras) decidió aprovechar cada día para “hacer muchas cosas en su vida”. Viendo al máximo, viajando, conociendo, creciendo como persona y, al fin y al cabo, entrenando mente y espíritu para afrontar el ineludible sino.

 “A pesar de haberme quedado ciego, sigo practicando el deporte que más amo”.  

Comparte con la audiencia lo duro que fue el proceso hasta quedarse completamente ciego, “también tengo mis momentos de “bajón”, pero como cualquier persona que ve”. A pesar de conocer el oscuro destino que se encontraría más tarde o más temprano, decidió afrontar su vida como una carrera contrarreloj dedicada a vivir cada momento sin pausa, sabedor de la llegada del día en que daría la bienvenida a esa amenazante oscuridad que le acompaña; a la que, sin embargo, acabó recibiendo como a una vieja amiga, conviviendo con “ella” sin rastro alguno de acritud o rabia.

Para Aitor, quedarse ciego fue incluso un alivio, “Toqué fondo. Cuando me despertaba las primeras noches, abría los ojos y no veía nada, pensé que ya estaba; que más abajo no podía estar y decidí vivir lo mejor posible estando ciego”.

“Ahora empiezo una nueva vida, con la “pantalla en negro” pero queda claro que ni esto me va a hacer parar”.

Muchos se preguntarán de dónde saca esa sonrisa e ilusión, Aitor responde de forma automática: “Primero de ésto (señala la tabla que porta en su brazo). Un trago de agua salada, una buena ola, … Es dónde mejor me siento. Segundo, porque he vivido mucho, he hecho casi todo lo que quería hacer en esta vida”.

Se pueden sacar muchísimas conclusiones de su historia, algunas subjetivas y otras más concretas. Lo que está claro es que la gente como Aitor son ejemplo de superación, de cómo la lucha y la perseverancia en lo que deseas permite alcanzar cualquier fin, por imposible que parezca o digan qué es; y, ante todo, esta determinación permite moldear la mejor versión de un@ mism@.

 

 

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